jueves, 22 de septiembre de 2011

Paradojas de la oscuridad


Génesis de lo inhóspito, parpadeos absurdos, suspiros irracionales; no hay nada mejor que la oscuridad para clarificarlos, o para cegarlos en la más lejana de nuestras conciencias. Porque tenemos varias y las usamos según la que nos compense más en cada momento, la que nos pille más a mano, o no? No pretendo provocar a nadie, por mucho que me guste chinchar a amigos en conversaciones de madrugada, dispuestos a posicionarnos aún más en nuestras convicciones. Por mucho que las disfrute, no les concedo a esas ideas tanta importancia, a pesar de que la dramatización diga lo contrario [aunque la próxima vez que nos encontremos, lo negaré todo].


A lo que me refiero es a aquello que se encuentra tras el cristal, aquello que nadie puede ver, ni si quiera los príncipes y princesas que habitan estos castillos, ni sus fantasmas, ni sus maltrechas almenas. En ocasiones, merece la pena caminar por aquellos recovecos descuidados, los que pueden aguarecernos o destruirnos, depende de cada uno; escuchar, con miedo o predisposición, el crujir de las maderas, tantas veces transitadas por nuestros pies o admiradas por nuestros ojos, en un alarde de intuición, pues los pequeños halos de luz externos no irrumpen con demasiado descaro [no hoy], permitiéndonos descubrir con el oído, desviando la atención de lo superfluo, dando forma a lo que realmente deseamos ver.


Discriminar, difuminar aún más lo difuso, fundirlo en el resto de la oscuridad, para conseguir mayor nitidez en lo anhelado. Ahora sí, podremos abrir la ventana y respirar, o volver a la cama, a escuchar los ecos de las voces que amamos, en presente y/o pasado; a deliberar itinerarios futuros, cruzadas más o menos fantásticas; a contemplar sin más o a dormir sin soñar.