miércoles, 16 de noviembre de 2011

Escribir como terapia.

Ayer un profesor enunció estas palabras. Las pronunció tan cerca de mí, que parecía que el resto de las 40 personas no estaban en clase (también tuve esa sensación esa misma mañana en el cole, y no en la universidad, cuando un conferenciante sobre "slow food" sugirió un posible futuro a los 25 años [casualmente] surtido de achaques).

Escribir como terapia... Reniego de ello hoy, pero a las 7 de la mañana aquí estoy, tecleando y poniendo en peligro la posiblidad de tener un desayuno.

El profesor del que hablaba al principio nos sugería con pasión que trasladásemos nuestras ideas al papel, en busca de la ciencia! en búsqueda de la concreción, del autoanálisis. Muy válido para un TFM, urgente; aún así... ¿me sé ya esa lección? Es muy insolente por mi parte pensar que "superé" esa etapa, como si de un videojuego se tratase. Mi argumento principal no sólo ha sido la falta de tiempo o de la sensación de no avanzar, volver a los mismos puntos y hablar en un idioma que parece carecer de significado, parecerse demasiado, perderse; también el hecho de vivir por mí misma, más allá del papel, de la pantalla, como a quien le quitan las ruedecillas de la bici y, cuando logra su acometido, termina desvalijándola él mismo primero el dinamo, luego las grandes ruedas, el cuadro y todo el equipo; o, simplemente, la lleva al trastero para que las telarañas la disfruten, siempre, claro, con el ánimo de arrancárselas en un futuro subjuntimalavado.